LA HISTORIA COMO MAESTRA ANTE UN PERONISMO NO TAN APLICADO

Si escarbamos en el pasado, enfocando en épocas de crisis – como la presente –, podríamos obtener alguna enseñanza para incorporar al análisis actual y formular una atrevida prognosis de la salud de nuestra república democrática, aunque algunos académicos criticarán, no sin razón, que los fenómenos sociales y políticos, no se repiten exactamente en el decurso histórico, pero, utilizando variables semejantes podemos al menos especular, con cierta ‘rigurosidad’ una deriva del acontecer sociopolítico inminente. Mark Twain lo definió con aquella frase de «la historia no se repite, pero a veces rima».

En nuestra hipótesis, como ejercicio intelectual, postulamos que el actual estado de cosas en la Argentina, incluyendo el ámbito socio-económico, el político y el cultural, contiene una tensión entre actores que, de no menguar la intensidad de los factores causantes, devendrá en un estallido socio-político que alterará el statu quo significativamente. En ese marco agonal y revulsivo, el Justicialismo, ¿será capaz de reconducir (una vez más) al país hacia un nuevo orden y equilibrio?.

Veamos que nos dicta la Historia en un caso de pueblada organizada, con profundo impacto institucional, como fue el «Cordobazo»; importante levantamiento popular que marcó un punto de inflexión en la historia argentina y resultó como “lección”, en un momento crítico para el peronismo. En efecto, su líder y creador, en aquel momento señaló que; por primera vez la protesta popular se daba al margen del movimiento y sin una participación masiva de dirigentes y militantes propios. Y abundaba considerando que el mayo cordobés de 1969, significó más un peligro que una oportunidad.

Coincidimos con aquella visión, toda vez que inicialmente, la radicalización juvenil que se registraba en el momento, fue capitalizada por la izquierda y el sindicalismo clasista, no por el peronismo de base o la resistencia peronista. Para fortuna del caudal del justicialismo, la acción vanguardista de la propia izquierda nacional, cristalizada en Montoneros, FAP y JUP, inmediatamente atrajo mayoritariamente hacia el movimiento, la militancia estudiantil y obrera de protesta contra la dictadura y sus condiciones.

Aunque muchos de aquellos militantes, pretendieron encarnar una superación del propio movimiento radicalizándose para llegar a la «patria socialista», cumplieron otro rol conforme a la concepción de Perón: la de contener dentro del peronismo una radicalización que amenazaba con desbordarlo. Esa contradicción, lamentablemente en poco tiempo más, jugó de manera trágica en una parte considerable de una generación.

Ciertamente, las tendencias de izquierda exacerbadas muy presentes en ámbitos obreros, académicos, sociales y culturales que el propio peronismo de la época prohijara, terminó siendo funcional a un giro a la derecha, que se produjo como reacción de la ‘ortodoxia’ o sectores más conservadores dentro del movimiento [Triple A, Celestino Rodrigo], con funestas consecuencias, para la sociedad toda.

Salvando distancia de contexto y diferencia de contenido, en la actualidad, la lista de Juan Grabois en la interna de Fuerza Patria, podría aparecer como similar a la asimilación de una expresión de izquierda, que se allana a compartir con otros candidatos de corrientes afines a grupos empresarios, e incluso cercano a «la Nueva Roma» [léase EE.UU.]. ¿Servirá la participación del joven líder social como para ‘digerir’ aquellos otros dirigentes vinculados con el establishment (y por tanto menos revolucionarios que lo que pretenden los movimientos sociales) tales como Massa o el propio Kirchnerismo en su versión moderada?

Está realmente en juego el futuro nacional, más allá del folklore electoral, ya que si bien (aún) el país no tiene los niveles de radicalización de los años setenta, padece una crisis social con indicadores que son muchísimos peores [10 o 15 veces] que en aquellos años. Es decir, en varios sentidos la situación es más grave hoy.

Para cerra el capítulo introductorio, digamos que la historia demuestra que en épocas críticas o frente a hitos, la excesiva moderación o entronizar el formalismo republicano, tal como en la experiencia de Alberto Fernández; la mayoría de las veces el mal menor es el camino más rápido y más seguro hacia el mal mayor. El “jugarse” suele rendir más frutos en política. Otro aprendizaje.



SIGUEN LAS LECCIONES
Con una crisis crónica y sus consecuencias sociales como trasfondo, el peronismo busca superar una crisis política a través de una mesa que congregó a algunos de sus referentes, de las corrientes mejor estructuradas y teóricamente multitudinarias de la actualidad, ya que no a todas.

Las conductas equívocas (desde la perspectiva doctrinaria) de muchos dirigentes en la gestión, y en la representación parlamentaria, han sido motivo de discusiones, críticas y hasta pedidos de expulsión. Hasta ahora, hubo pocos ostracismos en el Peronismo, y más bien originalmente voluntarios, no disciplinarios. Parecería que se impone la reorganización política del movimiento, no solo un acuerdo electoral de coyuntura; unidad de criterio para la unidad de acción.

Una mesa ejecutiva solo puede ser para sanear y legitimar nuevos miembros del Consejo Superior, no debería aplicarse para la conducción permanente.

En lo inmediato, y ante un escenario crecientemente convulsivo por la fractura social y la radicalización política, debe permanecer como gran aglutinador de la oposición, capaz de bloquear cualquier forma de poder antipopular y gestión destructiva, como la cínicamente llamada ‘libertaria’, pero la pretensión de retomar programas de gobierno aunque exitosos, dados en otro contexto, debe ser reemplazada por un nuevo proyecto político que considere las demandas de la heterogénea base social que constituya su soporte actual, y, la posibilidad de captar a los decepcionados o defraudados por la gestión neoliberal reaccionaria Macri-mileísta.

Retornando nuevamente a Juan Perón, él, advertido que en 1973/74 ya no podía reflotar el exitoso plan quinquenal 1952/58, propuso a la sociedad el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional [mayo 1974], cuya implementación quedó truncada con su muerte. Las medidas de desgaste hacia el oficialismo no son suficientes, si no se presenta una alternativa popular a la comunidad; no más de lo mismo (otra lección histórica). Como tampoco se puede resolver un profundo problema político solo a través de una medida organizativa.



Las intrigas terminan cansando a la militancia, el vano tacticismo sin que nadie sepa explicar simplemente cuál es la estrategia: que los otros sean peores y lo demás no importa nada, parece proseguir como peor práctica en el peronismo. No es con tácticas ni con alquimias políticas como se solucionan los problemas sociales, que se tornan crónicos si no se resuelven a tiempo. Ya no es por el peligro del desborde por izquierda, es simplemente por desencanto y alejamiento, el debilitamiento del peronismo.

Una verdadera estrategia, para planificar la acción eficaz, es la que pone en el centro de las consideraciones, los factores económicos, sociales, de relaciones de fuerza y de contexto internacional, que, en última instancia, determinan lo que sucede en el campo político.

Son tiempos de crisis de representación, y se experimenta coincidentemente una política descafeinada que parece estar enraizando para quedarse por un buen rato. Los conceptos de Patria o Nación (centrales en el ideario del Gral. Perón) parecen haber caído en desuso en el discurso político actual. Es difícil pensar cualquier proyecto de unidad nacional, o aún de desarrollo, sin esos términos. La Patria es el apotegma del peronismo.

Hoy ya no se habla de proyecto y la nación, frase que parece haberse tornado demodé, la actual retórica convocante apela a “la gestión y de la gente”.

LA VIEJA CUESTIÓN DE LA HEGEMONÍA
Desde hace un largo tiempo, el debate político argentino estuvo inclinado hacia el lado subjetivo de los asuntos, ya que el centro de las cuestiones tratadas suelen girar en torno a los lideres, sus maneras más o menos exitosas de conducción, sus posibilidades para la articulación política, y hasta incluso, rasgos psicológicos de los dirigentes, como si acaparasen toda la fuerza social que los encumbra y mantienen, descuidando así, observar las fuerzas en juego desatadas en la comunidad que moldean a la sociedad en el decurso del tiempo. Así, no advierten sus cambios, necesarios a considerar para interpretar demandas y soluciones eficaces.

Los mesianismos son fugaces. Para complicar la visión, los cambios en la matriz y en el contorno social, permiten coaliciones exitosas electoralmente, en cierta coyuntura [tácticas], pero efímeras desde el punto de vista político; suelen comenzar su declive estratégico más temprano que tarde.

Las coaliciones que se desgranan pueden estar formadas por corrientes partidarias, como en el peronismo, tal el caso las rupturas de H. Moyano y S. Massa en el 2° mandato de CFK, o la separación de La Cámpora del oficialismo de Alberto Fernández [estatismo blando], como en el caso del macrismo [gobierno de CEOs], donde factores de poder corporativo empresariales, se apartan del apoyo directo al gobierno, manifestándose en ese sentido en los mercados (financieros y productivos).

El gobierno de J. Milei tiene un registro muy similar al de Cambiemos (neoliberalismo duro), solo que, con más audacia y prepotencia, impone su plan, pero ya comienza a padecer ciertos abandonos de poderosos actores, que advierten que la continuidad de su proyecto político-económico está en duda o se torna inviable, por condiciones autogeneradas.

Las distintas coaliciones no son capaces de reunir las condiciones políticas que permitan un cambio drástico de las relaciones de fuerza, para determinar un sector social, clase o fracción sean dominantes y dirigentes definitivamente, amén que no siempre cuentan con un contexto internacional propicio para sus apuestas políticas. Las pugnas se expresan en un sistema de vetos (como metáforas de obstáculos que se intercambian).

Lo que queda en evidencia empírica, es que la alternancia de las administraciones es solo manifestación de una hegemonía imposible, entre modelos Estado o Mercadocéntricos. La Argentina es el país del empate. La política no gira en vacío, y los márgenes son cada vez más estrechos para la anhelada “autonomía de la política”.

Por ello se habla de «empate» de bloques sociales, que a nivel nación, implica un atasco. Solo hay fuerzas para vetar o impugnar ambiciones hegemónicas de uno y otro lado, pero sin recursos para imponer los propios de forma perdurable. De allí las expresiones de ‘grieta’, ‘fractura’ o ‘polarización’. El famoso «péndulo» [círculo vicioso] de la literatura política y económica nacional.

Hoy el peronismo sigue estando en el centro del sistema político, pero en una versión aguada; una acuarela del óleo que fue. No se avizoran las condiciones políticas para un cambio cualitativo de las relaciones de fuerza, y, si el aparato no cambia de estrategia, tampoco se vislumbra una potencial expansión de representación política de ‘propia cosecha’.

Si, por otra parte, a pesar del endeudamiento condicionante de la autonomía, no se fructifica el potencial ciclo expansivo económico con la explotación (y aprovechamiento) de los recursos naturales estratégicos que posee el país, siendo de creciente demanda global, la crisis definitivamente será crónica y la decadencia un camino unívoco.



CONSIDERACIONES FINALES

Los registros históricos también nos enseñan que, en la crisis del 2001, con el repudio social capturado en la consigna «¡que se vayan todos!» para la clase dirigente, no afectó al justicialismo en la medida que lo hizo con otras formaciones políticas, que perdieron entre el 60 y el 80% de sus votantes. Ese dato posibilitó que el polo peronista se hiciera cargo del gobierno con respaldo popular, sorteando la revuelta anti-partido o el voto bronca de aquella época.

El Partido Justicialista en la coyuntura, al no acusar la desafección partidaria significativamente, tal como aconteció con otros partidos del polo adversario [UCR, Frepaso, Acción por la República, etc.], reafirmó su condición de ‘predominante’, y ancla del sistema de partidos argentinos. No emergieron en ese tiempo figuras de outsiders.

El “no peronismo” reencarnó en el PRO, la Coalición Cívica y la UCR tradicional residual, quienes conformaron la alianza de Cambiemos, que sucesivamente, se amoldó en la actual La Libertad Avanza, conservando parcialmente sus estructuras partidarias. Desde luego, existen toda una pléyade de bloques y agrupaciones menores, que comulgan con el antiperonismo y se identifican con propuestas de derecha clásica u ortodoxa, y se posicionan ‘al frente’ de.

En este punto cabe una digresión; a los fines analíticos se debe diferenciar a los ciudadanos con respecto a los partidos (o propuestas) políticos, en, por un lado; adherentes, quienes tienen una identificación o relación de pertenencia [afectiva] con la estructura y trayectoria partidaria, que suelen respaldar las políticas en el corto y mediano plazo que implemente su partido, sin perjuicio de sus resultados, y, por otro; simpatizantes, que apoyan circunstancialmente a los partidos, cuando sus preferencias coinciden con las propuestas de aquellos. En esta categoría, la llamada “lealtad partidaria” no tiene función, dado que no existe asociación estable con ninguna fuerza política.

Tanto en la gestión de Cambiemos como en el oficialismo actual, se puede advertir que el electorado representado, tiene la distinción mayoritaria de simpatizantes, con un voto de preferencia, y no de pertenencia, dada la ductilidad de sus posiciones en cada asunto, y la escasa movilización que muestran en el espacio público. Hoy apoyan, mañana pueden retirar ese soporte.

Se trata entonces, de un voto volátil, que cubre un espectro de centro izquierda light a una derecha pronunciada. Hoy ese dato es la clave de la dinámica electoral del país. En el peronismo en cambio, el vínculo de la mayoría de los electores del Justicialismo parece ser menos contingente, y se mantiene con cierta lealtad general.

El conflicto por el poder en el interior del peronismo, más allá de su apariencia de maquinaria cohesionada, es permanente, porque sus reglas son laxas y cambiantes. Hoy parece haber cedido la confrontación de proyectos ideológicos, tal como el menemismo [neoliberalismo] versus el tradicional nacionalismo popular, pero, sin embargo, solo lo hizo –creemos– parcialmente. La intensidad de esa pugna derivó en algunas purgas, especialmente durante la gestión kirchnerista pura (2003/2015), pero la convivencia ya no parece peligrar. El transversalismo o el post-pejotismo que aquel proyecto proclamó e impulsó, también fracasó, y es justo señalarlo.

Otra vieja lección de la práctica política: no se puede cambiar durante la gestión, el principal utensilio de gobierno con el que se llegó al poder [el partido político original], y con el cual, se instrumentalizan las maniobras tácticas de una estrategia que declama el partido (de donde emana la legitimidad). Néstor Kirchner aprendió de la praxis el arte de combinar y amalgamar intereses y actores.

El contexto actual exhibe fisuras sociales como casi nunca antes. El ‘casi’ es un tributo a la crisis del 2001. La pregunta emerge espontáneamente; ¿es capaz el justicialismo de comprender y abarcar a tantos desamparados, desencantados de otras utopías y huérfanos de representación?

La otrora columna vertebral del peronismo: el mundo del trabajo, está fracturado y en grave condición, desde hace por lo menos una década. El pueblo [bases populares] fragmentado.

Los ‘peronismos provinciales’ han tenido conductas demasiado autónomas, de un vértice nacional que parece bastante desdibujado, si consideramos la unidad de acción que debe caracterizar al «movimiento», y, para peor; con la lideresa que la ciudadanía más sigue, impugnada para acceder a un cargo de poder. De allí que muchos gobernadores del signo, dediquen su energía a negociaciones con el poder central antes que a la crisis de representación nacional del ideario nacional.

El hecho de una realidad rota está, y determina las percepciones de los individuos, y por ende, sus conductas políticas: la pobreza que abarca al menos un tercio de la población, inmersos en una economía informal, afectados por privaciones materiales y sociales, contrasta con un sector algo mayor de ciudadanos que todavía disfrutan de retazos de bienestar (asistencia) social, de sindicalización, de formalidad convencional, y que no por ello, goza de certidumbres bajo las perspectivas actuales, pero puede asirse a cierto progreso mientras dure. Las demandas de cada sector hoy son muy diferentes.


CONCLUYENDO
La homogeneidad de las condiciones de vida que eran singulares a las bases populares peronistas ya no existe. Dicho eso, el justicialismo debe relacionar todas las movilizaciones que emergen de la comunidad, y atender con respuestas a todas las peticiones, por más asimétricas que fueren. Así fue en el periodo “K”, donde mediante la acción estatal, los efectos políticos de tal fragmentación social (brecha en las bases) fueron razonablemente neutralizados y mantuvo encolumnadas todas las expresiones populares. ¿No es ese acaso, el papel de la política?

El contexto actual está agravado, luego de las experiencias de la derecha conservadoras (macrista y mileísta) desarticulando derechos e institutos. Los prejuicios cimentados desde la batalla cultural por aquel extremo del espectro han calado hondo en la comunidad, y es un asunto urgente que atender. La empatía Inter clase o estamental se ha debilitado y hay que recomponerla. Sin cohesión no hay Patria posible.

Se necesita un discurso capaz de reivindicar y articular la tradición o identidad política compartida, por encima de los contrastes de la coyuntura, para amalgamar los fragmentos dispersos de la rota homogeneidad. Con contenido propositivo, no solo con cotillón simbólico, el que tampoco debe ser cancelado bajo una supuesta consigna de modernización comunicacional.

El mito ayuda, pero el realismo define. La Agenda Pública del país, debe ser reordenada, y el proyecto nacional encabezarla.